Abram

Author

Luis Francisco Gómez López

Published

May 11, 2025

Siglos después cuando Dios confundió el lenguaje de los hombres, porque buscaron burlarse tocando su rostro en lo alto de los cielos, Abram hijo de Taré engendró junto a su esposa Sarai un hermoso niño en la región de Harán al que llamó Isaac. Aquel recién nacido tenía una marca en el cuello, en forma de óvalo, pero pasó desapercibida y no generó mayor importancia por su pequeño tamaño.

A la mañana siguiente de tan glorioso día, Abram agradeció a Dios construyendo un altar y sobre él una pira donde ofreció una oveja, una vaca y un asno como la ley lo estipulaba. Los gritos de dolor de aquellas inocentes criaturas no perturbaron la tranquilidad del Rey de reyes, pero las alabanzas de su creyente lo impulsaron a convertirse en humo y fuego para comunicarse a través de la furia de las llamas. Allí Abram escuchó de Dios, por primera vez, la promesa de una descendencia igual a los granos de arena que inundaban el desierto. Sin embargo, una sentencia fue declarada y comunicada fielmente: – Jamás pierdas a tu hijo del camino correcto ya que él será la única semilla de este inmenso sueño -.

Tres años más tarde la región de Harán fue azotada por la sequía y el hambre, a causa de la inclemencia del sol y la desaparición del agua. Las plantas se marchitaron debilitando el ganado y Abram, junto a su familia, descendieron a Egipto en busca de comida y refugio. En aquellas tierras Faraón gobernaba con increíble soberbia, pues todo lo que deseaba debía ser suyo. Ante la increíble belleza juvenil que Sarai naturalmente poseía, Abram entendió las posibles consecuencias. De esa manera le ordeno que se presentará siempre como su hija y no como su esposa. Al entrar a Egipto su atractivo rostro no pasó desapercibido y la noticia de una mujer divina fue ampliamente conocida. No tardaron Abram y Sarai en ser conducidos a la casa de Faraón, en donde ella fue tomada por la fuerza como mujer y esposa. Al ser Abram su supuesto padre se le compensó con ciertas riquezas y comodidades.

Mas aconteció que Dios castigó con enfermedades y plagas la casa de Faraón ante semejante insolencia y le obligó a consultar con sus sacerdotes más cercanos. Aquellos falsos sabios le señalaron la coincidencia entre su desgracia y la reciente llegada de una de sus tantas esposas. Entonces Faraón decidió llamar a Abram para entregarle a la que consideraba su hija. Sin embargo, ordenó expulsarnos de su dominio no sin antes secuestrar a Isaac y proclamar que éste sería a futuro uno más de sus tantos mercenarios.

Al ser desterrado y su hijo arrebatado, Abram se inclinó y suplico a los cielos por una intervención divina. Sus ruegos fueron escuchados y Dios descendió en forma de rayo, pero su respuesta no fue magnánima: - Sarai jamás tendrá hijos y será deseada por todo hombre así que deberás protegerla por siempre como no hiciste con tu único hijo, pero si con las riquezas y comodidades recibidas-. El corazón de Abram se dobló ante el terrible destino que se le imponía y juró ante Dios que ningún hombre, aparte de él, jamás la tocaría.

Quince años más tarde en la región de Canaán, donde Abram se estableció, ejércitos invasores atacaron pueblos cercanos. Pronto aquellos asaltos y ofensivas tocaron a las puertas de su casa. Los trescientos dieciocho que moraban bajo su techo defendieron las pertenencias que por derecho propio les correspondían, pero desgraciadamente cayeron bajo mano enemiga. Sarai, la mujer más preciada, fue rodeada por deseos macabros y Abram fue degollado como la ley de los invasores lo estipulaba. El último recuerdo que sus ojos lograron capturar fue una marca en el cuello, en forma de óvalo, de su verdugo. Allí comprendió que sería sacrificado por su mismísimo hijo y que él -sería el azote de Dios que poblaría de desesperanza éste mundo-.